martes, 22 de mayo de 2018

Dance me to the end of love

Una música suave inunda el ambiente. Esa trompeta de jazz que nos despierta de un letargo silencioso. Como bocanadas de aire que dan vida. Llega un momento que solo se nota la pared deslizándose en mi espalda. No hay final en la caída, estamos abocados a un final triste. Ya no me queda nada, tan solo el recuerdo y alguna que otra foto. Esa foto que cuando la veo duele. Escuece mas bien. La carretera se desplegaba ante mi y las luces del coche alumbraban cada centímetro de la vía que recorría. De copiloto una sonrisa y unos ojos preciosos, marrones, intensos. ¿Acaso no estaba todo escrito?
El caso es que empiezas con un volantazo momentáneo y la sonrisa que llevas a tu lado se apaga un poco. Sigues dando volantazos cada vez mas fuertes, el coche va haciendo eses pero tu te sientes seguro. Tal vez sea la sonrisa. Tal vez la falsa seguridad que te da el sentirte querido. Un pilar, eso es lo que era para ella. Un punto de apoyo. No supe comportarme como tal. Si en aquella boda hubiese sido más cariñoso. Si aquel paseo en el monte lo hubiese afrontado de otra manera. Si hubiese tenido las ganas de vivir necesarias. No hay nada ya. La carretera ha desaparecido. Primero, porque ya no tengo luces en mi coche, segundo porque noto el traqueteo de estar andando en un terreno que no esta asfaltado, aunque no vea por donde conduzco.
No te aconsejo que llegues a este punto. El punto de no retorno. Como cuando un avión se queda sin combustible suficiente para retornar al punto desde donde inició su vuelo. Es ese punto en el que todo esta decidido y no hay ni la mas mínima posibilidad de cambio. Cuando además de saber eso ni te hablan por precaución. Eso es lo que me hace recordar cada día lo que perdí.

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