martes, 15 de mayo de 2018

Deja que prenda

Ayer me di cuenta de que  me respondiste. Un correo breve, te haces vieja y esperas que me vaya bien. La brevedad que merezco por gilipollas. Al margen de esto, tal vez me sentía con fuerzas cuando te escribí por tu cumpleaños. Fuerzas que no he tenido al leer tu correo. Aun sabiendo que tratas de no decirme nada para que no me duela, pero al saber de ti siento dentro de mi una sensación como de querer seguir la conversación. Y vuelven las ganas de pedirte perdón y excusarme por mis cagadas soberanas.
He pensado mucho estos días en aquel momento que te cortaste el pelo corto. Y las fotos que me mandaste con tu sonrisa eterna. Esa sonrisa que no ha sucumbido a mi negatividad. No hace más que atormentarme esta situación porque entro en un pozo y no se salir. O no quiero salir. Estoy volviendo a joder todo lo que me rodea, compañeros de trabajo y demás. Y es que he perdido a mi confidente. Eras la que en cierta manera me ataba a la cordura y a la felicidad. Aun me arrepiento por no haber bajado por aquellas escaleras contigo y adentrarme en la niebla, o no haber parado en aquel puente que tanto te llamó la atención.
Es como si no mereciese ser feliz. Como si me diese rabia serlo. No estoy contento con mi vida porque luego no hay nada. Ayer lo estuve hablando con un amigo y le dije que eras la persona con la que iba a compartir mi vida y no supe mantenerte. Esta mierda me va a marcar permanentemente. Tengo que dejar de escribir, la marea negra sube y empiezo a no hacer pié.

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